Para la organización ecologista Greenpeace, la pesca sostenible es aquella que puede mantenerse de manera indefinida sin que por ello se comprometa la viabilidad de la población de la especie objetivo. Además, no debe ejercer impacto negativo sobre otras especies del mismo ecosistema, donde también están incluidos los seres humanos.
Por lo tanto, la pesca sostenible supone evitar la sobrepesca y dejar suficientes ejemplares en el mar, con el objetivo de que las distintas especies puedan reproducirse.
También hay que respetar la estructura, productividad, función y diversidad de los ecosistemas marinos. Es muy importante prestar atención a las especies protegidas, amenazadas o en peligro y que la gestión de la pesquería se adapte a las distintas legislaciones.
La pesca sostenible permite el cumplimiento del Objetivo de Desarrollo Sostenible 14, que pretende conservar y utilizar sosteniblemente los océanos, los mares y los recursos marinos.
Sobreexplotación de los mares
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) ha alertado del peligro de la sobreexplotación de los mares, porque los está dejando sin peces. El Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) afirma, en su informe Planeta vivo de 2018, que desde 1950 se han extraído de los mares casi 6.000 millones de toneladas de pescado y otros invertebrados. Esto convierte a la industria pesquera en una destacada amenaza para la fauna marina.
Son más de 3.000 millones de personas las que se alimentan en el planeta de los productos del mar. Por eso la pérdida de la biodiversidad marina entraña unas consecuencias desastrosas para la humanidad. Otra fatalidad es que las flotas pesqueras han de desplazarse cientos de millas para echar sus redes en aguas más ricas.
Las migraciones forzadas generan nuevos problemas, como la sobreexplotación de otros caladeros y el estallido de conflictos territoriales, sobre todo en las costas de África, Latinoamérica, y el sur y noreste de Asia, la zona con más actividad pesquera del planeta.
Aumento de la producción
El empobrecimiento de los mares y la falta de recursos de las flotas con menos recursos forman un binomio que da como resultado la propensión a la pesca ilegal. Esta actividad mueve 36.000 millones de dólares anuales, degrada los ecosistemas marinos y pone en peligro la seguridad alimentaria.
La FAO estima que el aumento de la pesca intensiva ha comprometido la supervivencia del 33,1% de las especies comerciales, porque no se ha dejado tiempo de recuperación tras las capturas. Las cifras resultan elocuentes: la sobrepesca en aguas del Pacífico sudoriental y el Atlántico sudoccidental afecta a más del 58% de las poblaciones de peces que habitan en ellas; en el Mediterráneo y el mar Negro, supera el 62%.
La producción de pescado prácticamente se ha doblado 1960. Este aumento ha ocasionado la sobreexplotación de especies como el colín de Alaska, la anchoveta y el atún listado, lo que pone en peligro la sostenibilidad alimentaria.
La pesca constituye una fuente principal de alimentos. Según la FAO, en todo el mundo se consumen más de 100 millones de toneladas de pescado al año. También es una fuente de empleo, porque casi 60 millones de personas subsisten gracias a ella.
Ventajas de la pesca sostenible
Los beneficios como método artesanal y a pequeña escala son sociales, económicos y medioambientales, como fundamenta el Código de Conducta para la Pesca Responsable de la FAO:
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Protege la fauna.Como respeta los ecosistemas, la reproducción de los peces sigue un ritmo adecuado que permite mantener el equilibrio y garantizar la supervivencia.
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Utilización de métodos selectivos.Se rechaza la captura indiscriminada de especies bajo amenaza o sin valor comercial. Por eso, no usa métodos indiscriminados ni captura juveniles o especies sobreexplotadas.
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Evita el despilfarro. En la pesca sostenible los ejemplares muertos o moribundos se aprovechan. Por ejemplo, para fabricar harinas de pescados y minimizar el desperdicio alimentario. En cada captura nunca hay más del 10% de descartes.
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Contribuye a la seguridad alimentaria. Este tipo de pesca representa el 66% de las capturas destinadas directamente para consumo humano.
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Genera empleos y es más responsable. Emplea al 90% de la industria pesquera global y es la base del desarrollo de las pequeñas comunidades de pescadores.
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Reduce la contaminación. Causa menos residuos, minimiza el consumo de energía y limita el uso de productos químicos que dañan la capa de ozono.
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Certifica la sostenibilidad de las capturas. Sellos internacionales como el Estándar de MSC (Marine Stewardship Council) determinan si una pesquería es sostenible y si se está gestionando de forma adecuada.
Acuicultura
La cría de peces en cautividad, tanto en zonas costeras como de interior, es una actividad en auge en todo el mundo y otra manera de adecuarse a la sostenibilidad.
La FAO considera que para cumplir con la acuicultura sostenible debe haber una justa remuneración a los acuicultores por su trabajo, un reparto ecuánime de los costes y los beneficios, la creación de riqueza y empleo de calidad, un modelo que garantice la seguridad alimentaria, una gestión medioambiental que beneficie a las generaciones futuras y un crecimiento sostenible y una correcta organización de las autoridades y la industria.
Frente a la pesca sostenible se sitúa la denominada pesca destructiva, que utiliza métodos agresivos (de arrastre, con explosivos, con veneno, de cerco, con palangre, con red de deriva, fantasma), realiza capturas indiscriminadas y pone el foco en la productividad y no en la protección del medio ambiente.
Solo aprovecha el 60% de cada captura y emplea gases contaminantes como los clorofluorocarbonos (CFC) y los hidroclorofluorocarbonos (HCFC). Un ejemplo macabro: la pesca con red de deriva, más conocida como “cortinas de la muerte”, atrapa cerca de 10.000 cetáceos cada año.