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La capa de ozono sigue en peligro

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Este 16 de septiembre se celebra el Día Internacional de la Preservación de la Capa de Ozono, que conmemora la firma del protocolo de Montreal sobre sustancias que debilitan la capa de ozono en 1987. La resolución 49/114 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, de 19 de diciembre de 1994, insta a los países a eliminar el uso de CFC (clorofluocarbonos).

Situada entre 15 y 50 kilómetros de la superficie terrestre, la capa está formada por la concentración de un gas inestable llamado ozono, compuesto por tres átomos de oxígeno. Sirve como barrera que cuida cualquier forma de vida del planeta porque actúa como un protector solar que limita el paso de las radiaciones ultravioletas. Puede llegar a absorber entre el 97 y el 99% de la radiación ultravioleta de alta frecuencia proveniente del Sol.

La difusa capa de ozono

Se diferencia de otras capas definidas de la atmósfera (como la troposfera, la estratosfera, la mesosfera, la termosfera o la exosfera) en que se halla en una zona difusa localizada en la región baja de la estratosfera.

En las regiones más bajas, el ozono es causado por tormentas eléctricas. Si su concentración es demasiado alta puede convertirse en contaminante, aunque mucho menos que en la estratosfera baja. Esto es debido a que se trata de una sustancia altamente reactiva y muy oxidante, que se emplea para esterilizar estancias y herramientas.

Entre los retos a los que se enfrenta la humanidad en materia de medio ambiente figura el de frenar la destrucción de la capa de ozono. Las emisiones de CFC fueron las causantes de la progresiva desaparición de la ozonosfera, junto a los halocarbonos. Los clorofluocarbonos se utilizaban sobre todo como refrigerantes en neveras y aires acondicionados, como disolventes para productos de limpieza, como elemento propulsor en aerosoles (desodorantes e insecticidas) y agente espumante en extintores.

Los riesgos para el planeta

Los CFC, en contacto con los rayos ultravioletas, producen cloro y en contacto con el ozono lo descompone. En las últimas décadas se han sustituido los CFC por compuestos menos peligrosos, como los hidrofluocarburos (HFC) para la refrigeración o el isobutano como propelente, pero el cloro desprendido con anterioridad tiene un tiempo de vida que va de los 20 a los 200 años. Es decir, que el proceso se extenderá, aunque cesen las emisiones. Ocasionalmente el agujero puede causarse por los aerosoles estratosféricos derivados del azufre provocados por los volcanes.

El agotamiento de la capa de ozono deriva en un sistema de filtro más débil de la radiación ultravioleta, que alcanza más fácilmente y en mayor cantidad la superficie. La mayor exposición a la radiación ultravioleta provoca lluvias ácidas, intensificación del smog, perjuicios en el rendimiento agrícola, destrucción de los ecosistemas terrestres y acuáticos, pérdida de biodiversidad, aumento de enfermedades como el melanoma, cataratas o debilitamiento del sistema inmunológico.

En la Antártida

El problema data de la década de los 80 del siglo pasado, cuando los científicos descubrieron un gigantesco agujero en la capa de ozona en la Antártida. En 1985, un artículo en la prestigiosa revista Nature explicaba que los niveles de ozono en la estratosfera sobre la Antártida, sobre todo durante la primavera austral, disminuían de forma alarmante. Como las dinámicas atmosféricas no se habían alterado significativamente, llegaron a la conclusión de que obedecía a factores químicos.

Durante el verano y el otoño australes los niveles de ozono se recuperan parcialmente, pero el frío del invierno provoca una mayor concentración de compuestos del cloro, y todos los años, con la llegada de la primavera al hemisferio sur, el agujero se vuelve a formar. El pico máximo suele suceder a términos de septiembre o principios de octubre.

El pasado año, las observaciones de satélites de la NASA establecieron que el agujero de ozono llegó a un máximo de 24,8 millones de kilómetros cuadrados, lo que equivale a la superficie de América del Norte. A mediados de octubre empezó a reducirse. Entre 2006 y 2011 se detectó otro agujero, de menores dimensiones, sobre el Polo Norte, y otro más sobre el Tíbet.

La referencia al agujero de la capa de ozono no significa literalmente que exista un agujero físico, más bien quiere decir que se ha producido un adelgazamiento significativo del espesor y una menor densidad. En el caso de la Antártida, este fenómeno no es permanente y varía con las estaciones.

Otro agujero entre los trópicos

Pero recientemente se ha descubierto que un agujero en la capa de ozono 7 veces mayor que el de la Antártida se extiende por encima de los trópicos. Investigadores de la Universidad de Waterloo (Canadá) indican que la pérdida estimada se sitúa en torno a un 25% con respecto a una capa de ozono inalterada.

Este agujero en concreto está activo desde la década de los años 1980 y su debilitamiento es permanente, no estacional. Igual que en el agujero antártico, en el centro del agujero de ozono tropical se encuentra agotado aproximadamente el 80% del valor normal de ozono.

Además, se da la circunstancia de que en esa zona habita casi la mitad de la población mundial, algo que obviamente no sucede en la Antártida. Es un descubrimiento que supone una alarma sanitaria para muchos países. La alerta del nuevo agujero se publicó en AIP Advances. El descubrimiento no ha sido una excesiva sorpresa porque ciertos modelos climáticos ya preveían que pudiera estar sucediendo algo así.


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